Menos cazadores, más balas: España bate su récord de animales abatidos mientras se vacía el campo

Escrito por Resist.es — octubre 9, 2025
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El país con el 85% de su territorio convertido en coto de caza dispara más que nunca: menos licencias, más rifles y más sangre sobre el silencio rura


EL NEGOCIO DE MATAR EN UN PAÍS VACÍO

En 2023 se mataron más de 781.000 animales de caza mayor en España. Ciervos, corzos, gamos, arruís, muflones o jabalíes. Son los datos del Anuario de Estadística Forestal 2023 del Ministerio para la Transición Ecológica (MITECO). Detrás de la frialdad de la cifra, 21.000 toneladas de cuerpos que muestran una realidad incómoda: mientras los cazadores y cazadoras se extinguen, su letalidad se dispara.

En 1985 había 1,4 millones de licencias de caza. Hoy quedan 610.000. Es la segunda cifra más baja de la historia. Pero el número de animales abatidos no ha dejado de crecer: cinco veces más muertes que hace un cuarto de siglo, con la mitad de licencias.

La tendencia no es casual. Es la radiografía de un modelo de país donde el campo se vacía de habitantes pero se llena de armas. Donde los grandes cotos y fincas de élite sustituyen al pastoreo, la agricultura o la vida rural por la caza como espectáculo privado. Y donde la violencia hacia el ecosistema se disfraza de “gestión cinegética”.

El 85% del territorio español está ya bajo régimen de coto. Un país donde la naturaleza se alquila al mejor postor para disparar sobre ella.


EL MITO DEL CONTROL DE ESPECIES Y EL DESIERTO ECOLÓGICO

La justificación habitual es conocida: “hay que controlar la sobrepoblación de jabalíes”. El argumento se repite como mantra en los comunicados de las federaciones cinegéticas y en los informes autonómicos. Pero los datos del propio Instituto de Recursos Cinegéticos (IREC, CSIC y UCLM) muestran una paradoja evidente.

En 2023 se abatieron 443.000 jabalíes, pero la especie sigue en expansión. La razón no está en los animales, sino en nosotros. El abandono rural, las plantaciones intensivas de maíz, los comederos artificiales y la desaparición del lobo ibérico —único depredador natural de estos ungulados— crean el caldo de cultivo perfecto para su proliferación. Cuanto más se mata, más se desequilibra el ecosistema.

El mismo informe señala que la sobreabundancia del ciervo afecta sobre todo a áreas protegidas y cotos privados, mientras el corzo prolifera en zonas forestales y de silvicultura. Pero el problema solo “se percibe cuando causa molestias a los humanos”. Es decir, no cuando amenaza el equilibrio natural, sino cuando molesta a la rentabilidad.

El resultado es un ciclo perverso: se destruye el hábitat, se eliminan los depredadores, se provoca el desequilibrio y luego se invoca la caza como solución.

Mientras tanto, las licencias de armas largas (rifles de caza mayor) se han multiplicado por 2,5 desde el año 2000. De 154.000 a más de 390.000. La violencia se ha tecnificado, aunque la conciencia se haya desactivado.


EL CAMPO COMO PARQUE DE DIVERSIÓN PARA LAS ÉLITES

La caída de la caza menor (de 18 a 14 millones de aves, conejos o liebres abatidas en un año) no responde a una mayor sensibilidad, sino a la pérdida de biodiversidad. Las especies desaparecen y con ellas las excusas. Pero la caza mayor —más cara, más elitista, más exhibicionista— vive su auge.

Los rifles se han convertido en símbolos de estatus. Las monterías en eventos sociales. Y las fotos con cabezas de ciervo, en trofeos digitales que inundan las redes de los nuevos señores del campo. Mientras el lobo es demonizado, los cazadores son subvencionados.

El propio Estado se pliega ante la presión del lobby cinegético: el Congreso aprobó en 2024 volver a cazar lobos bajo el pretexto de una ley sobre desperdicio alimentario. La coartada ecológica al servicio del negocio.

La violencia, cuando se disfraza de tradición, parece respetable. Pero lo que se perpetúa no es una costumbre, sino una estructura feudal: grandes propietarios, guardas armados, animales criados para morir y una Administración que lo permite.

El campo no se llena de vida, sino de sangre seca.


España mata más que nunca mientras presume de transición ecológica.
Un país donde el silencio del bosque se rompe no por los pájaros, sino por el eco de un disparo.

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