Huracán Melissa: cuando la naturaleza pasa factura a la codicia humana
EL CARIBE DEVASTADO, EL PLANETA EN LLAMAS
El huracán Melissa no fue un accidente meteorológico. Fue una advertencia. Un espejo del planeta sobrecalentado que habitamos, donde los océanos hierven y los gobiernos siguen quemando petróleo como si no existiera un mañana. Según un estudio del Instituto Graham de Cambio Climático y Medio Ambiente del Imperial College de Londres, un ciclón como Melissa fue cuatro veces más probable por culpa del calentamiento global provocado por el ser humano. Cuatro veces. No hay eufemismo posible: lo que mató a decenas de personas en Jamaica, Cuba y otras islas no fue solo el viento, sino la política de la indiferencia.
Melissa pasó de categoría 1 a 5 en apenas 48 horas. Una mutación brutal que solo se explica por las temperaturas récord de los océanos en 2024. Cuando alcanzó Jamaica, se convirtió en el tercer huracán más intenso jamás registrado en el Caribe, después de Wilma (2005) y Gilbert (1988). A su paso dejó destrucción, hambre y silencio mediático. Los cálculos iniciales apuntan a pérdidas económicas entre 7.000 y 20.000 millones de dólares, lo que equivale hasta al 37% del PIB de Jamaica. Una catástrofe total para un país cuya huella de carbono es irrelevante frente al peso de las potencias emisoras.
“El cambio climático provocado por el hombre claramente hizo que el huracán Melissa fuera más fuerte y destructivo”, advirtió Ralf Toumi, director del Instituto Graham. Y en su frase hay una verdad incómoda: las tormentas extremas ya no son fenómenos naturales, sino consecuencias políticas. Son la factura que pagan los pueblos del Sur Global por los beneficios de las petroleras del Norte.
En comparación con la era preindustrial, los investigadores detectaron que los vientos de Melissa fueron un 7 % más veloces, y que un aumento global de 2 °C elevaría esa velocidad en más de dos metros por segundo. La física del desastre está calculada. Lo único incierto es hasta dónde dejarán los gobiernos que llegue.
INJUSTICIA CLIMÁTICA Y NEGLIGENCIA POLÍTICA
“Los pequeños Estados insulares no son responsables de esta crisis, pero sufren sus peores consecuencias.” Así lo recuerda la doctora Emily Theokritoff, una de las autoras del estudio. Y su diagnóstico es también una acusación. Porque mientras Jamaica se desangra entre escombros y lodo, el Gobierno de Donald Trump recorta el presupuesto de la Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica (NOAA) y elimina una base de datos que desde 1980 registraba los desastres climáticos. La censura climática como política de Estado.
La tragedia ocurre justo antes de la COP30 en Belém, Brasil, una cumbre que debería definir el futuro del Acuerdo de París. Pero el país que históricamente ha emitido el 20 % de los gases responsables del calentamiento global, Estados Unidos, ha decidido retirarse del tratado. Un abandono calculado que deja a los pequeños Estados insulares más solos que nunca ante una crisis que no provocaron.
La presidenta de la Alianza de Pequeños Estados Insulares en la ONU, Iliana Seid, lo resumió sin eufemismos: “Estamos atrapados en un círculo vicioso del que los grandes contaminadores se niegan a salir.” Mientras tanto, cada tormenta borra escuelas, hospitales, vidas enteras. Y lo hace en nombre del crecimiento económico, del mercado libre y del derecho sagrado de las corporaciones a seguir extrayendo petróleo del fondo del mar.
No hay forma amable de decirlo: Melissa es el rostro contemporáneo del colonialismo. Los países que menos contaminan son los que mueren primero. Los que más contaminan son los que venden el relato de la resiliencia, como si la resiliencia pudiera levantar una casa arrasada o devolver a la vida a quienes murieron bajo el agua.
El huracán Melissa no es una anomalía, es el preludio. Cada grado que sube la temperatura global es un contrato firmado con la muerte de miles. Y mientras las élites viajan en avión a la COP30 a negociar su “transición justa”, los pueblos del Caribe entierran a sus muertos bajo los restos de un paraíso que el capitalismo fósil convirtió en ruina.