El capitalismo agrícola ha llevado a la extinción a quienes sostienen la vida
Las abejas silvestres acaban de entrar oficialmente en la Lista Roja de especies amenazadas en Europa. Por primera vez, el símbolo de la fertilidad natural y la polinización libre figura entre las especies que podrían desaparecer en las próximas décadas. El sistema que depende de ellas para sobrevivir las está exterminando.
LAS ABEJAS SIN PATRÓN NI COLMENA
Durante años, las abejas silvestres fueron un punto ciego de la ciencia. Nadie las contaba, nadie las cuidaba, nadie las protegía. No viven en colmenas comerciales, no son trasladadas de monocultivo en monocultivo, no reciben medicamentos ni azúcares artificiales. Construyen sus nidos en huecos de árboles, en muros antiguos o en los rincones abandonados de un planeta que ya casi no deja lugar para la vida espontánea. Son las verdaderas herederas de la evolución natural, y Europa acaba de reconocer que están desapareciendo.
El informe más reciente de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) ha clasificado a las poblaciones silvestres de Apis mellifera como especie en peligro dentro de la Unión Europea. Es un cambio histórico, que revela una realidad ignorada: por cada diez colmenas gestionadas por humanos, apenas queda una colonia libre capaz de sobrevivir por sí misma.
Durante dos décadas, el discurso público habló de la “crisis de las abejas” como si todas fueran iguales. Pero mientras los apicultores movían sus enjambres de girasol en girasol y los gobiernos aprobaban subsidios, las abejas salvajes morían en silencio. Ni pesticidas, ni pérdida de hábitat, ni enfermedades tienen fronteras, y la mezcla genética con abejas de criadero está erosionando su resistencia natural.
Las abejas comerciales, seleccionadas por su productividad y docilidad, están contaminando el acervo genético de las silvestres. Lo que el mercado llama “mejora genética” es, en realidad, una forma de colonización biológica.
LA AGROINDUSTRIA CONTRA LA VIDA
El capitalismo agrícola ha convertido la naturaleza en una fábrica. Los monocultivos, los herbicidas y los fertilizantes han barrido los paisajes diversos que permitían la supervivencia de estos insectos. Las abejas silvestres no entienden de lindes ni subvenciones: polinizan lo que encuentran, sin contrato. Pero el mercado no tolera lo que no puede controlar, y el resultado es que incluso los insectos han pasado a ser propiedad privada.
La propia Comisión Europea reconoce que el número de especies de abejas amenazadas se ha duplicado en una década. Los sírfidos —otros polinizadores clave— también entraron recientemente en la lista de riesgo. La desaparición de estos insectos no es anecdótica: hasta el 90% de las plantas con flor dependen de la polinización animal. Si mueren las abejas silvestres, colapsan los ecosistemas naturales, los cultivos y la cadena alimentaria entera.
La respuesta institucional sigue siendo insuficiente. Se habla de “corredores ecológicos”, “nidos artificiales” o “seguimiento por ADN ambiental”, pero nada de eso atacará el problema de raíz: el modelo agrícola intensivo y dependiente de químicos. Mientras los gobiernos legislan con una mano, con la otra aprueban pesticidas prohibidos, permiten macrogranjas y financian con dinero público la exportación de miel industrial.
La paradoja es brutal: una especie domesticada hasta la extenuación —la abeja melífera de colmena— se multiplica a costa de exterminar a sus hermanas libres. El capitalismo incluso ha conseguido apropiarse de la polinización, un acto natural de cooperación.
Las y los científicos piden investigar cómo las abejas silvestres logran sobrevivir sin cuidados humanos. Quizá su inmunidad, su genética y su autonomía contengan las claves para regenerar la vida. Pero el conocimiento llega tarde si los nidos ya están vacíos.
La Apis mellifera silvestre era una especie común. Hoy podría volverse un recuerdo.
Si el ser humano no puede proteger ni a quienes garantizan su alimento, lo que está en peligro no son solo las abejas, sino la civilización que las devora.
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