¿Preparados para decir adiós a los pingüinos?

Escrito por Resist.es — octubre 28, 2025
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El colapso climático ya ha llegado a sus colonias: ni el hielo ni el mar los protegen.


LA ACUMULACIÓN DE DESASTRES: UNA TRAMPA CLIMÁTICA MORTAL

No es una metáfora ni un aviso lejano: los pingüinos del hemisferio sur están cayendo víctimas de una tormenta perfecta de fenómenos extremos. Lo advierte un nuevo estudio publicado en Global Change Biology por el Institut de Ciències del Mar (ICM-CSIC) junto al laboratorio LOCEAN-IPSL de la Sorbona y los Parques Naturales de Phillip Island. El hallazgo central es demoledor: los efectos del cambio climático ya no pueden estudiarse de forma aislada, porque el daño real está en su acumulación.

Olas de calor marinas, lluvias torrenciales, vientos huracanados, deshielos súbitos y temperaturas extremas coinciden cada vez con más frecuencia en los mismos ecosistemas. Esa suma de golpes, más que cada fenómeno por separado, está reconfigurando el mapa vital de las 18 especies de pingüinos que sobreviven al sur del planeta.

El equipo ha analizado tres décadas de datos y ha detectado que los pingüinos africanos, de Snares, emperador, Adelia y de Galápagos son los que están más expuestos a este cóctel letal. Los efectos son ya visibles: pérdida de crías por inundaciones de nidos, escasez de alimento por alteraciones en las corrientes oceánicas, y estrés térmico que reduce su capacidad reproductiva.

Los hábitats de los pingüinos no solo se ven afectados por fenómenos extremos aislados, sino por sus efectos acumulativos tanto en tierra como en el mar”, explica Miriam Gimeno, investigadora del ICM-CSIC. Lo que está en juego no es solo la supervivencia de unas aves emblemáticas, sino la estabilidad de los ecosistemas costeros que sostienen buena parte de la cadena alimentaria oceánica.

En palabras de la oceanógrafa Camila Artana, “los fenómenos climáticos extremos se distribuyen de manera desigual, y ya hay regiones del hemisferio sur donde los pingüinos corren un riesgo crítico”. Desde el Cabo de Buena Esperanza hasta la Antártida, pasando por las Galápagos, el nuevo mapa del riesgo climático dibuja una frontera: la que separa los ecosistemas que aún pueden salvarse de los que ya están al borde del colapso.


POLÍTICAS QUE LLEGAN TARDE Y UN MUNDO QUE MIRA HACIA OTRO LADO

El estudio no se limita a advertir: propone una estrategia concreta para revertir el desastre, aunque a un ritmo político tan lento que podría llegar demasiado tarde. Su “marco en tres fases” exige identificar primero las áreas más castigadas por los fenómenos extremos, integrar después los factores humanos que agravan el problema —como la pesca industrial, el turismo o la expansión urbana costera— y finalmente implementar una gestión adaptativa, flexible y territorialmente informada.

El reto no es solo ambiental, es político y económico. Mientras los gobiernos del sur global afrontan deudas y desigualdades estructurales, las potencias del norte siguen subvencionando combustibles fósiles que calientan los océanos donde los pingüinos intentan sobrevivir. Los mismos países que firmaron el Acuerdo de París financian las plataformas petroleras que destruyen las corrientes donde se alimentan estas aves.

Andre Chiaradia, del Phillip Island Nature Parks, lo resume con crudeza: “Una gestión proactiva y territorialmente informada es esencial para salvar las poblaciones de pingüinos frente al aumento de los fenómenos climáticos extremos.” Pero lo que falta no son informes científicos, sino voluntad política. La conservación se ha vuelto una palabra vacía si no se enfrenta la raíz del problema: el modelo extractivista que convierte cada rincón del planeta en una fuente de beneficio.

El estudio es claro al señalar que no existen soluciones graduales. Cada año perdido es una colonia menos. Cada acuerdo incumplido es una especie más cerca de la extinción. Las olas de calor que derriten el hielo antártico no esperan a las cumbres del clima ni a las promesas europeas de neutralidad en 2050.

Proteger a los pingüinos hoy significa proteger el futuro de los océanos y de quienes vivimos de ellos. Y cuando desaparezcan del horizonte blanco del sur, no será la naturaleza la que haya fallado. Seremos nosotros quienes habremos elegido mirar hacia otro lado.

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