El calor prolongado, la pérdida de biodiversidad y la inacción política han convertido la avispa asiática en el nuevo símbolo del colapso ambiental gallego.
UN INVIERNO SIN FRÍO Y UN MONTE SIN VIDA
Tres muertes en menos de dos semanas. En otoño. En Galiza. La estadística no debería existir, pero lo hace. La avispa velutina —esa especie invasora llegada desde Asia en 2004— ya no necesita el calor del verano para sobrevivir. Ha aprendido a vivir en el invierno templado que deja el cambio climático. Y cuando el frío no llega, los enjambres se multiplican.
Durante quince años, la Xunta ha presumido de planes de choque, de trampas, de campañas de “prevención”. Pero las cifras desnudan el fracaso. Más de 16.000 nidos retirados solo en 2025, y aún así los ataques se multiplican. El calor fuera de temporada alarga su ciclo vital, la humedad de los bosques abandonados les ofrece refugio y la ausencia de depredadores naturales completa el escenario perfecto.
La velutina no es un accidente biológico, es un síntoma. Un termómetro del colapso ecológico que avanza sin oposición real. La naturaleza no se rebela: se defiende. Lo hace con aguijones, con incendios o con inundaciones. Es la forma más brutal que tiene de recordarnos que los equilibrios rotos siempre pasan factura.
EL FRACASO DE UNA POLÍTICA SIN ECOLOGÍA
Los expertos lo dicen sin rodeos: la política gallega de control de especies invasoras es tan reactiva como insuficiente. El veterinario Xesús Feás lo resume en una frase: “Hay miles de nidos y no los retiran”. Falta personal, falta inversión, falta una visión ecológica integral. Lo que sobra es propaganda institucional.
En 2025, la Xunta celebró haber capturado 230.000 reinas, el doble que el año anterior. Pero los mismos informes internos reconocen un “aumento extraordinario” de la especie. Se colocan trampas químicas indiscriminadas que matan también abejas, avispas autóctonas y otros polinizadores. El remedio se vuelve veneno. La lucha contra una especie acaba destruyendo a las que aún sostienen la cadena trófica.
El descontrol es total, repite Marita Puga, presidenta de la Asociación Galega de Apicultura. Las abejas desaparecen, los ecosistemas se vacían y la administración responde con el mismo manual de hace una década. En lugar de reforzar la biodiversidad, se mata a todo lo que vuela. En lugar de restaurar bosques, se externaliza la retirada de nidos. En lugar de política ambiental, hay gestión del miedo.
La velutina prospera en un territorio empobrecido. En los montes donde ya no hay campesinos ni colmenas, la naturaleza se vuelve monocroma y hostil. El abandono rural deja espacio para las especies oportunistas. Cada finca sin limpiar, cada colmena perdida y cada árbol talado son terreno fértil para una plaga que se alimenta de nuestras propias ausencias.
La crisis climática tiene alas. Se posa sobre la piel, pica y mata. Pero lo que realmente duele es la certeza de que no fue la avispa quien cruzó los mares, sino el modelo que lo hizo posible: el comercio global sin control, el extractivismo, la política que no entiende que cuidar el territorio no es una opción estética, sino una cuestión de supervivencia.
La velutina no invadió Galiza. Galiza la invitó al permitir que el monte se vaciara y el clima se calentara. Y ahora, mientras los titulares hablan de “avispas asesinas”, la verdadera asesina —la desidia ecológica— sigue libre.