Más de 423 partes por millón de CO₂ marcan el récord histórico de un modelo económico que prefiere el beneficio fósil al derecho a respirar
TREINTA AÑOS DE ALERTAS IGNORADAS
Hace treinta y siete años que la humanidad cruzó la línea roja. En 1988, la concentración de dióxido de carbono (CO₂) superó las 350 partes por millón (ppm), el nivel que los científicos definieron como el “límite de seguridad” para evitar un cambio climático irreversible. Desde entonces, las cumbres internacionales se han sucedido como un ritual vacío, mientras la atmósfera se ha llenado de humo y promesas incumplidas.
Hoy esa cifra ha alcanzado las 423,9 ppm, según los últimos datos del Global Atmosphere Watch de Naciones Unidas. Un nivel nunca registrado en la historia de la especie humana. La NASA advierte que esas moléculas permanecerán allí entre 300 y 1.000 años, alterando el clima mucho después de que las generaciones que las emitieron hayan desaparecido. La herencia fósil será más duradera que cualquier civilización.
Desde los años sesenta, el planeta ha pasado de aumentar su concentración anual en 0,8 ppm a hacerlo en más de 2,5 ppm cada año desde 2011. Una aceleración brutal provocada por la quema masiva de carbón, petróleo y gas, los tres pilares del capitalismo moderno. Según la Organización Meteorológica Mundial (OMM), el crecimiento del CO₂ en la última década duplica el ritmo de la era industrial inicial.
Cada ppm extra es una sentencia de calor, sequía e incendios, y sin embargo los gobiernos actúan como si fuera una métrica abstracta. En 1997 se firmó el Protocolo de Kioto, que entró en vigor en 2005, cuando ya se rozaban las 380 ppm. En 2015, con el Acuerdo de París, se superaron las 400 ppm. El papel se multiplicó, los compromisos también, pero las emisiones no dejaron de crecer.
James Hansen, climatólogo de la NASA y pionero en alertar del desastre, lo resumió en 2008: “Si queremos conservar un planeta similar al que ha permitido la vida humana, debemos reducir el CO₂ a 350 ppm”. Diecisiete años después, seguimos caminando en dirección contraria.
LOS RESPONSABLES Y EL SILENCIO
El CO₂ genera el 66% del calor extra que atrapa la Tierra, lo que los científicos llaman forzamiento radiativo. El resto se reparte entre el metano (16%), los clorofluorocarbonos o CFC (9%) y el óxido nitroso (6%). Pero detrás de estos porcentajes hay nombres, empresas y gobiernos concretos.
EE.UU., Rusia, Arabia Saudí, Brasil e India encabezan la lista de países que planean producir más del doble de combustibles fósiles de lo permitido para mantener el calentamiento global por debajo de 1,5 ºC, el objetivo teórico del Acuerdo de París. Según los propios planes oficiales, la producción de gas, petróleo y carbón aumentará al menos un 110% de aquí a 2030.
Mientras tanto, los informes de urgencia se acumulan. El Gobierno español ha reconocido la “urgencia máxima” del calor, las inundaciones y la sequía derivadas de esta crisis. Pero la urgencia política no se traduce en acción estructural. Las eléctricas y petroleras siguen recibiendo ayudas y licencias, mientras el planeta paga el coste social y ecológico.
La línea de 350 ppm no era solo un número: era una advertencia. Era el límite entre un sistema que podía corregirse y uno que entra en colapso. Hoy esa línea se ha desdibujado bajo la capa de humo de las chimeneas y los intereses de los lobbies fósiles.
Cada año se baten récords de temperatura, incendios y pérdida de hielo. Y, aun así, los principales responsables siguen patrocinando conferencias climáticas, comprando reputación verde y repartiendo dividendos récord. La ONU advierte que 2024 registró el mayor incremento anual de CO₂ desde que existen mediciones, pero en las bolsas globales el petróleo sigue cotizando como si el planeta fuera infinito.
La física no negocia con los mercados.
Y la Tierra ya está haciendo la factura que los gobiernos se negaron a pagar.
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